A lo largo de mi vida realicé varias actividades a favor de la niñez, aunque fue en 1995 cuando una niña cambió mi mirada.
Había viajado a Asunción del Paraguay, convocada por Mercedes Benz, para realizar unas fotografías publicitarias de un nuevo utilitario 4x4 todo terreno.
Como estaba programado, a las cinco de la mañana, salimos hacia el interior del país con el equipo de producción de la empresa. Cuatro hombres, que parecían no entender la importancia del silencio en el proceso creativo, repetían incansablemente una idea, como si mi género me impidiera comprenderla. Enfocada en mi trabajo y sin grandes expectativas, me limité a dar respuestas monosilábicas. Yo estaba acostumbrada a trabajar con el sexo opuesto y vacunada contra los prejuicios de algunos de ellos. Después de tres horas, finalmente, llegamos a la locación.
¡Asombroso! Las suaves ondulaciones de la tierra petrificada y el rió cristalino reflejando la vegetación, componían un paisaje increíblemente armónico y virginal. Allí, varios grupos de mujeres lavando ropa a golpes contra las rocas y un número mayor de niños sucios y desnutridos, construían una dramática escena casi cinematográfica. A lo lejos, sentada en el suelo, descalza, observándolo todo, una niña de unos 9 años capturaba mi atención. Permaneció inmóvil durante horas. La modelo ideal para un pintor que quisiera retratar la desidia y la tristeza infantil, no para mí.
En tanto el dolor de esa pequeña me envolvía, nuestra indiferencia me aterraba. ¿Qué estamos haciendo con los niños? ¿Dónde quedó nuestra humanidad? ¿Y yo, que puedo hacer? Fueron muchas las preguntas que vinieron a mi mente sin ninguna respuesta.
Horas más tarde, antes de irnos, me aproximé a las señoras y pregunté por esa niña que continuaba allí, cual estatua solitaria. Su madre la llamó, ¡María! Y ella se paró frente a mí sin emitir palabra. En un impulso de impotencia, sin pensarlo, le prometí que su foto estaría en mi próxima exposición. María selló el pacto con un abrazo y me regaló una sonrisa que me conmovió hasta las lágrimas.
Mi trabajo había concluido exitosamente, sin embargo cancelé mi vuelta a Buenos Aires.
Los días subsiguientes no hice más que pensar en cómo cumpliría mi compromiso con esta chiquita y con todos esos niños, que padecen nuestra apatía sin recibir lo que por Derecho les corresponde.
Después de un par de semanas, tuve la respuesta: una exposición fotográfica basada en la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño. El objetivo: crear conciencia y responsabilidad social para el cumplimiento de estos derechos y sobre todo, hacer que los niños los conozcan y puedan defenderlos. Por esto, cada imagen llevaría un párrafo con el derecho correspondiente.
Sabía que para cumplir con la meta, la muestra debía tener gran repercusión, lo que no sería fácil. Estratégicamente, debía pasar desapercibida, por ser mujer en una sociedad fuertemente machista y por ser una extraña en una pequeña ciudad donde el “amiguismo” parecía la llave.
Conviví cinco meses con los chicos de la calle, hospitales, hospicios, hogares, etc. Intentando incorporar la realidad y sus derechos en cada toma. Conseguí sponsors, el patrocinio de UNICEF y la Embajada Argentina, donde el Día Del Niño inauguré la exposición.
Durante la última semana, la difusión fue sorprendente. Todos los medios de comunicación y prensa le dieron un espacio de importancia al evento, lo que provocó una significativa presencia adulta y visitas escolares programadas.
En la portada del catálogo el slogan: ¡Ayúdeme…su vejez está en mis manos! Y la imagen de María, la niña que cambió mi mirada provocando que, hasta hoy, siga luchando Por los Derechos del Niño.
Rosana Rossi